Carlos Duguech - Analista internacional
Nuestro país se caracteriza por una situación que se repite con cada cambio de gobierno. Y, sobre todo, cuando este deriva en un sector político distinto. O por un “turno” militar. El Servicio Exterior de la Nación que aporta normalmente personas formadas para la diplomacia debe “someterse” -con atávica resignación- a que el poder político de turno designe “diplomáticos” a políticos con ninguna formación como la que requiere ese tan especial sector de las relaciones internacionales. Esto es, naturalmente, mal mirado por los diplomáticos de carrera. A propósito, en su muy documentado y ameno libro “Confidencias diplomáticas” (Aguilar, Bs.As. 2011) Carlos Ortiz de Rosas (1926-2014), diplomático de carrera de larga trayectoria, leemos: “La verdad es que sólo reiteré lo que he sostenido siempre: que, a mi modo de ver, los profesionales están mejor equipados para ocupar esos puestos por sus conocimientos y porque se han preparado muchos años para poder ejercerlos” (Se refería a la designación de Raúl Granillo Ocampo en el gobierno de Menem como embajador en EEUU).
Un embajador nada diplomático
Uno de los casos más escandalosos de los últimos tiempos fue el que tuvo como protagonista a Luis Juez, hoy senador nacional por Córdoba. En el año 2016, luego de algunos tropiezos electorales, Macri lo designa (“premio consuelo”), por decreto, embajador en Ecuador. Se afinca en Quito y al año siguiente el presidente ecuatoriano Lenín Moreno solicitó más de una vez que el Gobierno argentino se lleve de vuelta a su embajador, por expresiones ofensivas de este para con los “mugrientos ecuatorianos”. Finalmente fue llamado a Buenos Aires y lejos de recriminarle su lenguaje ofensivo para con el pueblo donde representaba los intereses argentinos lo premian con otro cargo, en el área del Poder Ejecutivo Nacional. Lejos de disculparse el Gobierno argentino ante el de Ecuador, el propio canciller Jorge Faurie lo defendió en un comunicado cuyo texto no puede ser más obsceno por la falsedad que contiene: “El embajador Juez llevó a cabo su gestión con éxito, representando los intereses argentinos para ampliar y profundizar la relación bilateral ante la hermana república del Ecuador desde que asumiera la misión en 2016”. Sobre llovido, mojado. La “diplomacia” de tapar la verdad con cobijas falsas, aunque vistosas.
En un párrafo final de esa cita del libro Ortiz de Rosas refiere que “exactamente lo mismo dije cuando dejé la Embajada en Francia en manos de otro político. Sigo pensando aún hoy, cuando se hace uso y abuso de los nombramientos políticos en la diplomacia”.
A veces concederle a un personaje ajeno a la diplomacia representar al país en el extranjero como embajador es un premio. Y en otras ocasiones, para los dueños de la política en el gobierno del partido gobernante es sacarse de encima un competidor político en la propia interna. Un ejemplo que viene en auxilio de esta aserción: desde agosto de 2020 Ricardo Alfonsín es embajador en España. Un dirigente de peso por apellido en el radicalismo, deliberadamente marginado de los negocios políticos, “por las dudas”. Hay casos en los que los embajadores que provienen de la cantera política son “castigados” con la asignación a una embajada como agregado cultural, comercial (o de otras especificaciones del cargo). Es una manera cuasi elegante (aunque perniciosa para el país) de impedirles movimiento a quienes “estorban” en el juego interno de la política de una agrupación.
Cuando en 1833, a días de iniciado el año, una ocupación británica inició el coloniaje en el sector isleño en el Atlántico Sur, las gestiones de toda índole de Argentina para la reivindicación de su derecho soberano tuvo distintas etapas en el transcurso del tiempo (189 años, ¡casi dos siglos). Lo señaló el propio ministro de Relaciones Exteriores Cafiero en Nueva York en la reunión del Comité de Descolonización de la ONU, recientemente. Claro que hay que pasar por alto que en 1902 (a casi 70 años de la usurpación británica) determinaron los representantes de nuestro país y los de Chile, por una cuestión de límites cordilleranos en el sur, designar un tribunal arbitral. Hasta allí, típica estrategia de política y derecho internacionales. Salvo que se eligió como árbitro (y también a Suiza, en caso de no aceptar el primer propuesto) ¡nada menos que a la Corona Británica! No me consta que alguna vez Gran Bretaña -en abono de su política de preservar su usurpación casi bicentenaria- haya utilizado el argumento que podría derivarse de esta designación de árbitro (confianza y consideración de sus cualidades de valoración del derecho internacional) por parte de quienes lo eligen.
Disimular lo indisimulable
Nuestro país fue impelido a participar de la Declaración de Chapultepec –“visa” necesaria para pretender formar parte de Naciones Unidas que se estaba gestando en la Conferencia de San Francisco (EEUU) desde abril de 1945-. La neutralidad durante la II GM y la simpatía que un núcleo del gobierno militar (GOU) tenía por Alemania. Cuando ya no había más excusas para demorar la declaración de guerra al Eje. El decreto del 26 de enero de 1944 rompía relaciones “con el Imperio del Japón”. Y recién en el art.. 3 “con Alemania”. Igual criterio, pretendidamente disimulador, se dio el 27 de marzo de 1945. Se declaraba la guerra al Imperio del Japón y ¡en un segundo artículo a Alemania!
Lugar y momento impropios
En la reciente cumbre del G7 en Alemania, de la que participó el presidente Alberto Fernández, se concretó una reunión, con intérprete argentino mediante, con el primer ministro británico Boris Johnson, hoy transitando el fin de su gestión por cuestionamientos que lo obligaron a renunciar. Solicitaba Johnson la implementación de relaciones de comercio de productos argentinos exportables (en el contexto problemático que generó la guerra de Rusia con Ucrania). Creo que no era ni el momento, ni el lugar ni la persona adecuada (el primer ministro) para que el presidente argentino planteara el tema Malvinas. Demasiado complejo e importante como para que fuese una charla cuasi informal, como el desinhibido despeinado que luce Johnson. No era la oportunidad de decir lo que dijo pese a que la reunión la pidió el británico para sugerir la implementación de acuerdos comerciales con Argentina. El tema Malvinas lo introdujo el presidente argentino y el paso en falso fue decir que las propuestas de acuerdos comerciales estaban sujetas a que previamente se dispusiera Gran Bretaña a resolver el tema soberanía en el ámbito específico del Comité de Descolonización de la ONU. Casi un sine qua non. La diplomacia creativa obligaba a ganar terreno en las relaciones comerciales resguardando los planteos sobre Malvinas para otro ámbito. Y, sobre todo, viniendo Argentina de un accionar contrario a derecho como era el de estar reclamando en el Comité de Descolonización, con legitimación, y ejerciendo la fuerza por otra parte, con la invasión. Y a propósito de ello vale tener presente que el 1 de abril de 1982 el representante británico en la ONU denunciaba ante el presidente del Consejo de Seguridad: “El Gobierno del Reino Unido tiene razones fundadas para creer que las fuerzas armadas de la República Argentina están a punto de intentar invadir las Islas Falkland. Dadas las circunstancias, pido a Vuestra Excelencia que convoque inmediatamente una sesión del (CS). Más adelante expresó: “Tenemos pruebas de que la Armada Argentina está a punto de lanzar una invasión, posiblemente mañana por la mañana. En palabras de Anthony Parsons, representante permanente del Reino Unido en las Naciones Unidas. El día 2 de abril se hace otra reunión del CS donde se da cuenta de la llegada de contingentes armados a las islas. En todas las sesiones del CS participó el representante argentino en la ONU, embajador Eduardo Roca. Estuvo además cuando se votó la resolución 502 que ordenaba el cese de las hostilidades a la vez que exhortaba a la Argentina y al Reino Unido a que buscasen una solución diplomática al conflicto. El embajador en la ONU Eduardo Roca tomó conocimiento directo de que Gran Bretaña estaba al tanto de los preparativos de la invasión y seguramente advirtió de ello al gobierno de facto argentino. Hubiera sido un logro de la diplomacia que aconsejara en el sentido de no llevar adelante el plan de ocupación de las islas. Tal vez la tozudez y la irresponsabilidad de las autoridades encabezadas por Galtieri hicieron lo suyo. Prevaleció el “¡Si quieren venir, que vengan!”